por CLAUDIO MADAIRESclaudio.madaires@gmail.comYa estrangulada, meditó hasta el amanecer en la mejor manera de hacer desaparecer las evidencias. Como había asesinado a la mujer amada por un estúpido ataque de celos, no se sentía demasiado culpable. Al fin, optó por lo más práctico: suicidio. Menos engorroso que limpiar las demasiadas huellas del crimen. Aparte, sentía vergüenza que se supiera que había asesinado por casualidad. Porque una cosa es matar por una razón de peso a la mujer amada, y otra muy distinta hacerlo sin querer. Al fin logró su objetivo. Según los poetas contemporáneos, la de ellos fue historia clásica de grandes amantes suicidas.
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© Claudio Madaires (CAGB)